Lo había estado pensando desde que cumplí los 12. Y ahora ya estaba ahí, caminando por las vías para que nadie me descubriera y con unos globos para que quien viera desde el otro lado del yuyal que ampara el paso del tren, creyera que eran niños jugando. Nadie sabe de esto. No quise exponerme a que me retuvieran. Desde el día siguiente del cumple de 12, busqué la valijita que mi abuela me había regalado antes de morir, diciéndome: “Lo más importante de la vida es viajar” Esto te va a servir. En realidad, era una breve y antigua valija de cartón, pero me serviría.
Desde hacía un año, guardaba mi ropa allí. Madre se
desesperaba cuando desaparecía una remera, un pulóver, algún pantalón, una
pollera. Pero yo ponía cara de no saber nada y ella no me interrogaba más.
Cuando se podía, reponía la prenda en la tienda de la esquina, y así.
Lo había planeado bien: cuando cumpliera los 13, después
de las velitas y de comer la torta, cuando todo se hace un caos de niños
jugando por todos lados, yo tomaría un ramillete de globos y saldría con ellos.
A la valijita la había escondido hacía dos días cerca del sendero que
desembocaba en las vías.
Estaba muy satisfecha de mí misma. Y francamente,
aliviada. Muy, muy, muy aliviada. Ese hombre con el que se había juntado mi
mamá, ya no vendría a molestarme mientras ella salía a trabajar como doméstica.
A medida que me hice grande, comprendía que sus manoseos no eran de cariño. Y
no pude soportarlo más. Pero ahora soy libre. En cien metros más de caminar por
las vías para que nadie me vea, estoy en la estación. Fui guardándome los
vueltos también, y algo de plata tengo, la justa como para llegar al pueblo de
mi tía Dorita. Ella me va a entender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario