lunes, 13 de diciembre de 2021

SILENCIOS

 


En cariñoso recuerdo de todas mis alumnas y alumnos

de Valentina Sur y de San Lorenzo Norte

 


Analía cerró la puerta de calle y se detuvo a mirar la tierra arenosa de la vereda. Un fresno raquítico crecía a un costado de la casa premoldeada. Avanzaba agosto y no traía el árbol ningún brote todavía. Analía tenía sed, pero se aguantó. Acomodó el bolso en el hombro y empezó a caminar. El bolso pesaba bastante. Había metido todo lo que le pareció útil, camisón, bombachas, otro pulóver, dos camisetas, medias, las zapatillas nuevas, y las carpetas, porque pensaba seguir yendo al colegio mientras pudiera.

Unas cuadras más lejos se enfrentó al alambre tejido de otra casa, con un álamo que sombreaba todo el patio a esa hora de la mañana. Al fondo se veía un rancho, mitad adobe mitad ladrillo. No sabía qué hacer y terminó sentándose en el piso seco de la vereda. Una mujer gorda salió, secándose las manos en el delantal. Después, se las llevó al pelo instintivamente; a las pelusas del costado de la cara, como para emprolijarlo apretándolas contra la sien con sus manos húmedas. Analía hizo coraje, se irguió y le habló muy seria. Pero la mujer ya sabía, y casi sin palabras la hizo pasar.

En la cocina de leña que humeaba un poco, ardía un pequeño fuego. Una olla dejaba escapar vapor y también una pava con la que la mujer estaba tomando mate, más retirada hacia el costado de la olla, para que no hirviera. La hizo sentar. Analía se sentía incómoda, quizás porque no tenía palabras para decirle a la mujer. Ésta, a  su vez, no remediaba el silencio instalado entre ambas y por ser el primero, no se sabía si era de complicidad o de antagonismo. Pero tomaron mate dulce un rato.

La mujer estaba sentada cerca de la cocina, para abrir la puertecita de hierro e ir echando los tronquitos adentro. Se sirvió un mate que tomó largamente mirando el piso, y se tomó su tiempo para alcanzarle el segundo a Analía, que empezaba a ponerse nerviosa. Finalmente, la mujer se paró y le indicó con un gesto que la siguiera. Atravesaron un pequeño pasillo muy oscuro, y la mujer entreabrió una rústica puerta de madera gruesa. La luz entraba por la amistad de una pequeña ventana con cortinas floreadas. Una cama y su mesa de luz, una silla y un ropero viejo completaban la habitación. Analía dejó su bolso sobre la silla y miró interrogante a la vieja. Ésta dijo: –Por ahora se acomodarán acá; después veremos. Podés arreglar tus cosas si querés. – La piba asintió. Se miraron a los ojos y cuando afloraron las lágrimas en los de la pequeña, la vieja la abrazó fuertemente y le acarició el cabello. Luego salió sigilosamente del cuarto.

Analía se sentó en la cama y puso la cara entre las manos; se quedó un rato así, pero después las apoyó sobre las rodillas, y con el dinamismo que la caracterizaba se levantó, desanudó la tira del bolso y empezó a sacar sus cosas. Abrió el ropero y ordenó allí la ropa. Dejó las carpetas afuera, para repasar los temas de ese día. La vieja se asomó a la pieza y la ayudó a sentarse en la cama, para que leyera. No dijo nada. Más tarde la llamó a comer y Analía fue hasta la bomba del patio para lavarse las manos. La vieja le sirvió un plato de sopa y después puso una fuente con puchero sobre la mesa. Comieron en silencio. Ayudó a lavar los dos platos y a retirar los restos de comida, volvió a lavarse y luego regresó a la pieza para ponerse el guardapolvo. Tomó sus carpetas y dijo hasta luego. La vieja la volvió a abrazar y le dio unas palmaditas en la espalda.

En el colegio, la algarabía de siempre.  La chica quería decirle a alguien más que estaba embarazada, pero dudaba entre la preceptora, el director o la asesora pedagógica. Por fin, se lo contó a su amiga de la primaria.

 

 

 

(Editado por el Círculo de Escritores del Comahue en 2012, en la antología PALABRAS, VIDA Y SENTIMIENTO)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

IDENTIDADES

  La habitación estaba a oscuras. El hombre no podía dormir. Fue por un somnífero y agua. A un metro de la heladera lo encontró su hijo que ...